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El cuarto de costura. Coser después de la fábrica – Museo 1871 Berisso
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Cuarto de costura

Cartel, tijeras, botones, dedales, cajas de costura, máquinas de coser del Museo 1871

A medida que Berisso crecía en número de habitantes, dejaba de ser un paraje de hombres solos y pocas mujeres. La actividad en los frigoríficos Swift y Armour ocupaba mucha mano de obra y la industria procesadora de carne era el corazón de la actividad fabril de la zona, superando a otras actividades industriales y de servicios.

Después de 1915 el crecimiento se hizo notar con un marcado ingreso de inmigrantes. Hombres y mujeres de diferentes nacionalidades llegaron a Berisso buscando trabajo, llamados por otros familiares ya instalados o provenientes de alguna experiencia laboral en las provincias del interior. Según el censo de 1914, el 50% de la población era extranjera. Este porcentaje luego fue disminuyendo. Hasta 1930 predominó la mano de obra de Europa central y del este pero también llegaron italianos, españoles, griegos.

En la calle Nueva York y en otras arterias relevantes comenzó a percibirse una importante actividad comercial: tiendas, bares, almacenes, cigarrerías, mercería y academias.

Estos negocios marcaban el ritmo de la vida cotidiana y plasmaban los deseos de los berissenses.

Las Academias nos hablan de la ambición de las mujeres por superarse, dejar las fábricas para buscar trabajo en otros lugares o poder conciliar el cuidado del hogar con una tarea remunerada. Aprender a coser, a tejer, eran propuestas educativas que permitían adquirir conocimientos sin una gran exigencia de tiempo extra. Las “Pitman” promovieron la capacitación profesional de la clase trabajadora en un momento de movilidad ocupacional ascendente.

Muchas familias colaboraban con la educación informal de sus hijas e hijos luego de finalizar la educación primaria, en la década del 20´, los presupuestos de las familias trabajadoras podían costear este tipo de estudios. Uno de los éxitos de estos centros educativos fue estar al alcance de la mano, se podía tomar un curso sin moverse del barrio o de la zona. Esa posibilidad hacía más atractiva la oferta.

Las Academias de corte y confección eran al mismo tiempo una alternativa profesional y permitían confeccionar la ropa según el gusto, la moda y de manera económica. El aprendizaje las convertía en modistas. Aunque existían tiendas que vendían vestidos confeccionados, era muy común que las mujeres no compraran sus prendas en esas tiendas sino que acudieran a una modista para los eventos especiales como por ejemplo: fiestas y casamientos. Estas modistas barriales ganaban el sustento sentadas en la máquina de coser al tiempo que realizaban las tareas hogareñas. Las mujeres consumían revistas con temas de modas y querían vestir como las “chicas” de las fotos. Saber coser les permitía tener un vestido nuevo cada vez que salían a bailar o asistían a una fiesta.

Trabajaban en un rinconcito de la sala o, si tenían suerte, en un cuarto de costura. Eran conocidas en el barrio. Sus clientas solían buscar modelos en las revistas o realizar dibujos caseros. Los vestidos de novia o de madrina, como así también las galas para un aniversario, eran las especialidades de estas profesionales de la aguja que se formaban en las academias de corte y confección de la zona y que tenían métodos diferenciados para hacer moldes o resolver problemas propios de la costura.

A diferencia de las Academias Pitman que contaban con un local a la calle y una infraestructura de aprendizaje para los estudiantes, las academias de corte y confección generalmente se encontraban en la casa de la profesora y se la identificaba a través de un importante cartel enlozado colocado en la puerta.

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Idea y realización
Mirta Zaida Lobato| Universidad de Buenos Aires
Textos
Ana Lía Rey| Universidad de Buenos Aires
Fotografías
Guadalupe Rodríguez Rey
Con el apoyo de
Ministerio de Cultura de la Nación, Dirección Nacional de Innovación Cultural, CONCURSO NACIONAL DE INNOVACION CULTURAL, 2016.

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